jueves, 30 de septiembre de 2010

Sin línea y sin café y sin respuesta de la jefa

Qué bueno que no he tenido nada para hacer en el servicio. LLevo horas sentada frente a la computadora, checando el mail, leyendo notas, averiguando qué bloggs puedo seguir y compartiendo el espacio vacío con los compas del Twitter. Cabe decir que tengo ya 33 seguidores. El que coordina los horarios de los pobres muchachos de servicio vino a verme para explicarme por qué la línea del teléfono no funciona, dio a entender que va a tardar, no sin antes echar un vistazo a mis medias caladas. Rubor. Rubor de darse cuenta de cosas. Qué se le va a hacer. Lo más saludable creo, no es ir por la calle distribuyendo la palabra "estúpido" a todo aquel que casi se sale de la cabina del auto para mirarte, sino dejar pasar a los aturdidos y pronunciarse a favor de distribuir las gracias hacia un punto preciso, humano, pero preciso. Parece cosa natural y sencilla, pero creo que en el fondo no lo es tanto. Es tener un alto grado de confianza y de desapego por el futuro, las imprecisas consecuencias no deben espantar el coraje. Quiero llegar con el chico éste y soltarle un piropo, de albañil romántico y no desencantado de la vida. Qué diría, qué haría yo misma. Es divertido pensarlo, la cara de "esta vieja está media loca, mira que llegar así", y sin embargo no pasa nada realmente. No puede suceder nada. Qué más que mostrar con encanto las medias caladas, si después aunque no se quiera verán la luz de la calle y el humo y los autos y los tipos que esperan. La cosa es echarse un trago de lo que se tenga a la mano, del café, del agua embotellada, de la chelita, de la desvergüenza decantada y, con la furia en aerosol, voltearse y guiñar el ojo, cuidando de que ninguna basurita opaque el momento de coquetería de enfoque. ¿Y si lo intento hoy, y si rompemos los pasos y la timidez proverbial? ¿y si hacemos las escaleras más cortas, los cuchillos más cálidos y las caderas más alegres?
Espero que mañana sí me otorguen alguna tarea que cumplir, porque a este paso no sé a qué atrevimientos llegue ni qué grado alcance una maestría de tímida seducción.

martes, 28 de septiembre de 2010

Quitándome el saco negro.

Con un beso azul la espuma se convierte en sal. Y nada con más verdad y nada con más de absurdo. La guitarra ya no le temblaba en las manos como antes. Y es que antes eran no sólo guitarras, eran sus sonidos revoltosos, finos, que por más distantes que parecieran unos segundos después, nunca se le despegaban de las venas. Le punzaban. Como cuando desplazaba pasos en esas calles de cabellos tan de rascacielos. Eran edificios que se dejaban ver caer y subir a tiempo. Se había encontrado en un tren pero no dejó atrás la locura, al contrario, se la llevo siempre al lado, en los dedos inquietos y en las miradas azules. Tal vez fue hace años, en el vagón éste que atraviesa el norte de la ciudad, cuando muy joven, se miró en el espejo transparente de las ventanas movedizas y no sólo distinguió los departamentos con sus joyas de plantación verde en calles de adoquín, sino también alcanzó a observar su imagen de quijadas largas y el dibujo de su voz, que lo arrastraba a un punto directo de explosiones mentales mientras él mismo no conocía el destino del ruidoso vagón en el que iba. O quizá fue ya mucho después, cuando despertó para responder al duelo que le imponía, no el cuchillo, sino la noche. Esa vez, lo negro no era solo negro, el humo no era el siempre humo, los balcones se le voltearon y la ciudad nocturna le contó rumores del puerto. Los secretos de los puentes normales y los besos de aquél, el largucho con piso de madera. Se tardaron conversando, la noche no avanzaba, el verde de las paredes del living se quería salir de la casa y él tuvo que hacerlo retroceder por las escaleras que lo llevaron al exterior. Dejó a la noche con la palabra colgando. Años después le pidió perdón, pero el desplante le valió para firmar reconciliaciones cada vez más dulces, siempre con el pretexto y motivo violento de aquella vez en que los balcones se le volteaban. Entonces sí fue esa misma vez, la de los colores rebeldes. Los hipocampos se lo llevaron a otro espejo. Lo sacaron de la cama y lo colocaron frente a sí mismo. La guitarra fue el espejo, con esa gracia sutil con que las guitarras pueden ser espejos si se las observa por el rabillo del ojo. Las vibraciones se metieron por los ojos azules, se le arremolinaron los mechones de cabello, los labios se separaron y la radio le sonó con una voz de sí mismo. El duelo estaba hecho y ganado, ahora también tenía su trono de héroes sólo por ese instante de espejismos de muros verdes. Supo que la noche se le había enamorado, podía, de ahora en adelante, moverle en frente las caderas y ella se le volvería loca sin más. Y fue uno y lo fueron a buscar y él no salió. Sólo se dejó sentir ahí en la mesa, con la radio encendida, las musiquillas vibrando en sus manos de venas salidas, los azules haciéndosele verdes y transponiendo su imagen viva del vagón aquel en que se sintió demente. A partir de ese hora, la ciudad se le hizo furia y se la tatuó en la frente, justo al lado de las estrellas que ya le había pintado la noche.
Ahora todo había quedado lejano, como en medio del humo desordenado de los cigarrillos de café. Claramente distante, pero con la verdad de las bracitas del pucho que quiere morirse de una vez. Ya no era la guitarra ni sus presunciones de espejo, y eso le dijo que su rostro ya no se mostraría reflejado en alguna otra superficie pretenciosa. La ciudad se le acabó. Los edificios, antes tan activos peleando con la gravedad, ya no eran más que concreto. Sólo los vio quedarse quietos sin voz. Y ahí se dio cuenta, por vez última, que tenía que saber detener el ritmo de los pasos y su polvo. El suspiro citadino expulsando el humo del tabaco le anunció que los besos de la noche ya no eran tanto para él como para el río. Cambió el agua del florero, se acostó en llamas después. Otra vez el verde se le acercó, pero ya no hizo nada por dominarlo, ahora sí podría entrar por donde quisiera, o salir, o quedarse, o cortejar al mejor color. Electricidad de frío y calor. Y ahí quemó las naves. Lo bueno fue que dejó la terraza abierta, podría ir tranquilamente a reconciliarse con la oscuridad.

Revisitación.

Revuelvo, resaludo, revisito. Después de muchos días de propuestas más sencillas de las posibilidades cibernéticas. Escribo desde una de las oficinas de Difusión Cultural de la Universidad, tratándome de ahogar el antojo que me pone un vaso enorme de café en el cerebro y en el paladar frustrado. Me está entrando un aire por el lado derecho que creo me dará dolor de garganta más tarde, pero aah.. cómo es oportuno. Aleja el estupor estancado y las ganas de pereza que se almacenan en los lugares más polvosos del cuerpo. Ando tomando unas decisiones que si bien no llevan a un determinismo trágico, ayudan a definir carácter y una voluntad de manifestarme. Es un viaje, y con sólo esta palabra, el entusiasmo está ya puesto, pero su contrario en el certamen no es menos visceral, tiene que ver con algo más profundo que irse a orear la pupila y hacerse la experiencia de la luz y la fiesta. Con esto, mi parte racional me invita al irraciocinio (si así se escribe o si así existe), y el centro escarlata me frena un tanto en un deseo de que el desorden lo haga yo misma y para adentro. Que tome los pedales de un vez y los combine a mi antojo sin pensar mucho más en lo que se espera para una tarde nublada.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Por Dios, el Dr. Sigmund Freud me sigue en Twitter. La noticia me arrancó una buena carcajada, un afloje de músculos y tensiones por los acontecimientos de un fin de semana nada bueno. Temores corrosivos y dudas resbalosas para las que el contacto con el Doctor es un gran consuelo.

jueves, 9 de septiembre de 2010

bien!!

lo logré... caray... ya puedo regresar sin problemas...

oh temor!

Sí, temor de que, una vez cerrado el blogg, apagada mi lap, torpes mis manos, ya no sepa cómo volver a abrirlo para ir escribiendo después. Creo que mi miedo este es estúpido. Pero aún así me da preocupación. Caray, la lista de trece no progresa. Pero no importa, la verdad.. o eso quiero creer.
Ando de chisme viendo un video que alguien publicó en el Facebook-muro de un chico argentino que conocí hace unos meses, cuando yo andaba por allá, en las lejanísimas calles del distantísimo hemisferio y porteño sur. Lo ví sólo una noche, y en esa vez mi lengua tocó su lengua. Así es esto de las interacciones juveniles, qué le vamos a hacer. Recuerdo que juntos coreamos a Cerati y que su hermano, mellizos por cierto los chabones, me mostró orgullosamente su documento de identidad presumiendo el enorme 1992 que les concedía, a ambos simultáneamente por supuesto, la doradísima y lustrosa edad de 18 años recién cumplidos. Resolví en el instante olvidar mis ayeres de tres (pronto cuatro) años de diferencia y seguir así, punzante, cantando y bailando con los gemelitos al lado. ¡Cómo se puede vivir a los 18 con ese par de ojos! Dos pares de pares idénticos y geniales. Pasados los días, dio la casualidad y la compleja simplicidad de las redes sociales que a través del muroface del boliche aquel (antro para los nacionales), apareció de pronto un rostro que medio se me hizo conocido. Eleuterio, le pusimos de cariño al pibito mi amiga y yo. Así se le quedo. Ni tarda ni perezosa, le envíe una solicitud de amistad, que él aceptó junto con otras veinte. Cabe mencionar que el simpático minito tiene como 2000, ¿2500? contactos. Pero, obvio se acuerda de la mexicana con la que se encontró una noche en Buenos Aires. Digo, se acordaría si se lo recuerdo. Nunca más hemos hablado. Ni falta que hace. Sólo es lindo verlo de vez en cuando, con su sonrisa espléndida, aceptando 30 solicitudes de un jalón, y recordar la tonadita aquella que tantas veces me hizo las piernas de una rigidez de fideo: ¿de dónde sos vos?, ¡¿de México?!, ¡me estás jodiendo!

Caramba, ya son 14. Atrás quedó el número fatal.

Saluditos

Soy re nueva en esto. De pronto, aún con mis 21 años me siento un tanto torpe frente a  mi lap..., es amable, pero la velocidad con la que el Twitter llama mi atención para que lo voltee a ver me desconcierta. Llevo tres días con él y tengo, creo, 13 seguidores. No sé si quiero que aumenten o que continúe la intimidad de los trece, catorce conmigo. Desde luego, se verá mejor que sean más, todos quieren que todos vean que tenemos a todos hechos bolas ahí en un una lista, ¿un cuadro? ¿un panel? ¿panal?, en el que al lado de la amiga de la facu sonríe muy sensual el Residente, (quizá no sexy, pero franca le encuentro la sonrisa), y con la fotito, debajo, de un escritor que publica con intensidad, casi en tic nervioso, notas simpáticas que parecen estar demás pero que resultan muy coherentes en su desapego de órdenes rígidos. En fin, por lo menos que mi lista deje de tener trece, no vaya a ser. No sé realmente por qué sigo a los Deportes de ESPN, creo que en un afán de enterarme de mucho, aunque con los tweets que publica al final tampoco sé muy bien de qué me entero. Y mi amiga sigue sin contestarme por qué carambas se siente nerviosa como una chiquilla de secundaria, quiero saber. Es la urgencia de saber, no?, lo que nos mueve, si ella no me lo dice ahora, me lo platicará mañana, algún día.. pero ah.. cómo nos urge saborear la novedad, se le va rápido el sabor y ya se nos antoja otra y otra. Nos re gusta el chisme. El de todo mundo. Nos gustan las historias, inventarnos las historias con detalles mínimos, con las 140 letras que la cajita ésa permite, las neuronas se comunican y logran relatos, figuraciones y espejos de las personas que quieren que les hagamos mundos en los nuestros.
Quiero seguir escribiendo pero ya me dio frío. O, no, quizá no es frío, sino el vértigo del cuerpo en blanco, ya no de la página, sino de lo propio.El asomo tímido a la pintura del mundo propio, que tiene que hacerse un tatauje a sí mismo para no perder tanto los pies del suelo. Un avance de senderos que igual y llevan al centro como meta, en el fin e inicio del laberinto, que sólo quiere recomenzarse una y otra vez, pero invitando ahora a saborear los recovecos.. (¿así se escribe?) Dice la RAE que sí.